viernes, 20 de noviembre de 2009

Desde Lesbos

Los lunes con lluvia son terribles para mi, sumado al tedio de empezar una semana más se le agrega ese componente nostálgico que solo puede producir la lluvia. Las lluvias no se repiten y no puedo dejar de preguntarme donde es que cayó la primera gota. El teléfono hoy no sonó y aunque no esperaba ningún llamado, la ausencia del mismo me arrastra a la soledad del salón. El viento frío encontró el modo de entrar y la estufita central no ha podido hacerle frente. Hace poco más de una semana le deje un mensaje en el contestador y aunque me mienta y me diga con falsa seguridad que no me importa si llama o no llama, lo cierto es que hoy el teléfono no sonó. Martina viene a visitarme a las cinco, ya son las cuatro y tengo preparados sobre la mesa los bizcochitos y el mate, la pava esta sobre la hornalla, faltando minutos voy a encender el fuego.
Martina es una buena amiga, no hace otra cosa que buscar reconfortarme. No quisiera decirle que muchos de sus intentos fallan antes de que pueda efectuarlos, así que solo me sonrío y ella redoblando sus esfuerzos, me devuelve una sonrisa más grande. La buena de Martina siempre ha estado sola, no entiendo el porque; es tan bonita, con su pelo perfectamente lacio y sus ojos color miel, tan redondos y sinceros. Su cinturita parece dibujada y sus manos delicadas me recuerdan siempre a un cuadro de Velásquez. Tiene buen carácter y una dulce voz. Me gustan sus visitas. Ahí la veo cruzar por la esquina y la pava ya esta calentando y el cuerpo me tiembla un poco, este síntoma es una novedad. Me trajo de obsequió un hermoso pañuelo bordado para secarme las lágrimas dijo y me hizo reír. Desde su llegada me siento mejor y han dejado de importarme la lluvia y él. Hoy se ha puesto una camisa blanca entallada y los pantalones pinzados le sientan bien, siempre tan elegante; a veces quisiera ser ella, aunque me diga que a veces ella quisiera ser yo.
Hemos charlado como dos cotorras dije alegremente y mirando el reloj de reojo descubrí que la noche esperaba afuera su turno para entrar. Martina tenía que irse -¿Tenés que irte Martina?- hubiese querido preguntar. Se recogió el pelo con una hebilla y la humedad provoco que algunos de sus mechones formaran ondas y no pude más que decir- Que hermosa estas- Que hermosa esta Martina, quisiera ser como ella o ser en ella. Me sonroje y me adivino quizás el pensamiento, siempre sospeche que era una habilidad que poseía. Me voy a quedar a dormir, dijo. Cerré las cortinas, levante la mesa y el maldito teléfono sonó, me paralicé. - Martina ¿Podrías atender?- Se acercó hasta el, levantando el tubo suavemente y bajándolo del mismo modo, me arrojo a la cara una mirada cómplice, nos sentimos aliviadas.
Martina tiene la piel blanca como crema chantilly y su boca bien pudiera ser la frutilla. Es suave como la seda, será por eso que su cuerpo se confunde entre las sábanas y tengo que revolver la cama para encontrarla.