jueves, 23 de julio de 2009

Sobre la música y el frío...

No se porque cuando hace frio siento muchas ganas de escuchar folklore...
Es como si en el medio de la helada se prendiera un fogón.

Sapo Cancionero

http://www.goear.com/listen/cb27b38/Sapo-cancionero-

Paisajes de catamarca

http://www.goear.com/listen/e83afb7/Paisajes-de-catamarca-

Pedro canoero

http://www.goear.com/listen/e904a2f/Pedro-canoero-Teresa-Parodi

Luna cautiva

http://www.goear.com/listen/073ad72/Luna-cautiva-Jorge-cafrune

Definición de la palabra Folklore.

El folklore, folclore o folclor[1] (del inglés folk, "pueblo" y lore, "acervo" o "conocimiento")[2] Según es el cuerpo de expresión de una cultura, compuesto por cuentos, música, bailes, leyendas, historia oral, proverbios, chistes, supersticiones, costumbres, artesanía y demás, común a una población concreta, incluyendo las tradiciones de dicha cultura, subcultura o grupo social. También recibe este nombre el estudio de estas materias.

El término anglosajón «folklore» fue acuñado el 22 de agosto de 1846 por el arqueólogo británico William Thoms, quien deseaba crear una palabra para denominar lo que entonces se llamaba «antigüedades populares».
http://www.goear.com/listen/ea9185d/La-vie-en-rose-

Amore en versos.

I
Si los que van, vienen
y yo me quedo quietita en el centro.
¿Sera posible que me encuentres
todas las veces que me pierdo?

II
Aunque en palabras no lleguemos a un acuerdo,
y los silencios se hagan mas largos que los besos.
Si saben encontrarse nuestros cuerpos,
Seran justificados los te quiero.

III
Las dudas surgen, por que nos sobra el tiempo.
Pues los que se aman se sienten eternos.
Un sueño hoy, es un proyecto,
Un ojala, algún día... es la vida en un momento.

IV
Los viajes por la ruta, la noche mas liviana.
Los secretos que abundan y no callan.
Las cosquillas que explotan en carcajadas,
el miedo que sentimos por no tenernos
y el consuelo de juntarnos en la cama.
Debieran alcanzar, debiera no sobrar nada.
Pero es tanto lo que hay, estoy anonadada
¿De donde viene amore, tanta abundancia?

V
Con mis bolsillos llenos de otros amores,
Con tu mirada repleta de nostalgias.
Hay cuatro manos que no dejan de tocarse,
y un invierno que nos besa la espalda.

Julia Nocte (Versos para el salvador...)

miércoles, 22 de julio de 2009

http://www.goear.com/listen/b74df58/Doll´s-simphony-

martes, 21 de julio de 2009

Publicidad

Mundo poesía te vuelve en sueños, jamas en pesadillas.
Mundo poesía tiene sus puertas abiertas, no tiene cielo, no tiene tierra, no duerme ni despierta.
Mundo poesía se puede personalizar, combina con cualquier color y se adapta a cualquier tamaño.
Entra en el bolsillo de un pantalón
y puede asi mismo ocupar el espacio que hay en una habitación 4x4.
Puede aparecer en el dibujo de cualquier preescolar
o en un recorrido de rutina.
Mundo poesía no tiene enlaces que te llevan
a otros mundos parelelos.
Mundo poesía no mide el tiempo como los seres humanos.
Es ideal para que vacacionen
relojes con familia y relojes solteros.
Mundo poesía dice ¡No! a los que comercian con las palabras, a los proxenetas de la
literatura y a los que malversan los diccionarios.
Mundo poesía dice ¡Sí! a las palabras huerfanas, a los huerfanos de palabras y a los huerfanos de palabras huerfanas, a los poetas errantes, a las madres solteras, a las personas mayores que usan boinas y a los niños que dibujan en el piso de cuanquier lugar.
Mundo poesía no se vende ni se compra.
Se puede conseguir por pedido directo o indirecto,
en un rezo o un deseo.
Mundo poesía es fácil de guardar.
Se puede colocar bajo una almohada, dentro de un sobre
o a la intemperie.
Mundo poesía gira, gira, gira y no se detiene.
Para subirse a el se debe trepar, sujetarse fuerte y dejarse llevar.

Julia Nocte

Waltz for zizi

http://www.goear.com/listen/28ae585/Waltz-for-zizi-Yoko-Kanno

El bar. (Para el señor Rodolfo)

A mi no me gusta el bar, pero me gusta. Y aunque sea una contradicción que me constipa, que me pone tantas veces de mal humor como del bueno, guardo de aquel lugar cuantiosos recuerdos. Abre sus puertas a las nueve, la cafetera esta lista, los televisores prendidos, el salón impecable y el delantal puesto. El primer cliente de la mañana se sienta en la mesa que más le guste, es una elección tan intima elegir una mesa en el bar y siempre nos parece tan común ver a otros sentados, distribuidos por aca y por alla. Isidro Casanova no es un lugar bonito, la ruta nacional número 3 atraviesa la ciudad, los colectivos llenos vienen desde los kilometros con destino Capital y visceversa. Cientos de personas pasan una y otra vez por la vereda del local, algunos rostros son repetidos, otros novedad. Cuando llueve, Casanova se pone más gris de lo que es y muchas veces me he lanzado a la tarea de atender a los refugiados. Los días lunes con lluvia entristecen aún mas el paisaje, muchas son las veces que he llorado y visto llorar. Los días lunes son nefastos para aquellos que tienen ganas de llorar. En primavera los vendedores de flores, ofertan rosas rojas y ramitos de jazmines y cada tanto un enamorado cruza el umbral con un enorme ramo de flores al encuentro de una sonrisa que festeja el obsequio. Las parejitas vienen hasta aquí para disfrutar la discresión que ofrecen las últimas mesas, también hay amores clandestinos y últimas historias de amor.
El bar es parecido a otros bares, quizas un poco más grande que la mayoría, tiene enormes ventanales de vidrio y una vista única a la ruta inquieta. La clientela es surtida, pero se destacan los mismos personajes de siempre. Un señor me habla con pasión del libro que esta leyendo, mientras otro señor cargado de amargura pide un cafe doble, el diario y permanece sentado por horas. Una mujer de cabellos negrisimos se inserta a la escena y pide que le preparen un te, se la ve más flaca, más jovial. Su hijo esta estudiando para ser médico y ella lo menciona con mucho orgullo. Otro señor setenton se escapa de su señora y viene a hacerme compañia como todas las tardes. El tiempo aquí no es el mismo que afuera, ni tampoco es el que pasa por el reloj de mi casa. El mismisimo cronos se sienta en la primer mesa y se olvida por un rato de ejercer sus obligaciones. Mientras yo, acomodo copitas en los estantes y me olvido de quien soy. A las dos de la mañana se cierran las puertas y quedan como naufragos los últimos pasajeros que venian en colectivo. Se apagan las luces y la noche nos hace de sereno, las lamparitas de afuera titilan y Casanova se duerme por completo.

Julia Nocte

Ficha técnica.

Escenas frente al mar (Scene at the sea) Dirigida y guionada por Takeshi Kitano
Protagonizada por Kuroudo Maki, Hiroko Oshima, Sabu Kawahara, Nenzo Fujiwara, Susumu Terajima, Katsuya Koiso.
Genero dramatico, duración 101 minutos.
Año de estreno 1991.

lunes, 20 de julio de 2009

Agua-Yoko Kanno

http://www.goear.com/listen/238db80/Aqua-(Cello-Version)-Yoko-Kanno

La pelicula del mes

Asi como habrá por mes un libro elegido para comentar, también habrá una pelicula. ¡Es una promesa! Este mes he elegido una película muy especial. Ya se, las buenas peliculas siempre son especiales. Pero esta supera a varias, a pesar de que en la busqueda de información para los lectores de este blog, me tope con muchos comentarios desfavorables en otras páginas sobre el filme elegido o aunque favorables, breves y pasando por alto detalles, no me di por aludida.
Escenas frente al mar (A scene At the sea) es una pelicula suave, desenfadada. Lo más fabuloso de esta pelicula es que la dirige ni más ni menos que Takeshi Kitano, el director que dirigio Violent cop, Flores de fuego, El verano de Kikujiro, Dolls... Fiel a su estilo por mas que al principio nos engañe y su película no parezca suya, el desenlace final lleva su firma.
Como el nombre del filme lo indica, la historia transcurre con el mar de fondo. Un joven sordomudo que trabaja como recolector de residuos encuentra una tabla de surf en la basura, interesado la repara y aquí comienza la trama. Todos los días va hacia el mar y practica, practica constantemente superandose cada vez más. En la historia intervienen otros personajes, que viendo su entusiasmo se dejan contagiar. El final como ya advertí lleva el toque de Kitano.
Cabe destacar que esta película rompe con la estructura del cine clásico, aunque no se mencione en otros blogs ni en otras notas. ¡Lo hace! Durante la hora y media que dura la pelicula, minutos mas minutos menos, no hay presencia de maldad. No hay buenos ni malos, no hay personajes envidiosos que quieran hacer sufrir al protagonista principal, no hay amores tortuosos ni secretos terribles que develar. Solo es un chico con una tabla de surf reparada que quiere aprender y superarse, haciendo su camino sobre las olas del mar, con un público expectante que le desea en su aprendizaje lo mejor.

Sobre el amor.

Creo que existe. Hay algunas personas que dicen haberlo sentido alguna vez. Otros afirman estar sintiendolo ahora mismo. Un grupo de extremistas sostienen que puede verse y hasta tocarse, olerse y enfermarse a causa de el. ¿Es un virus el amor? Virus: entidad bilógica que necesita de una celula huesped. ¡Es un virus el amor!
¿Tiene cura el amor? A veces...Mucha gente vive con el virus alojado dentro suyo hasta el final. Durante años se han propuesto curas alternativas. Sesión de besos, besos suaves, besos espontaneos, besos gratis o pagados. Abrazos fuertes, abrazos breves. Palabras amables para el enfermo que padece de amor. Palabras de amor para el amor. Hemos de vivir a la espera. Tarde o temprano se manifiestan los primeros sintomas. Perdida de la atención, perdida de objetividad, ceguera espontanea, sordera selectiva. Problemas estomacales. Cambios de animo repentino. Deseos incontrolables, irrefrenables. Ansiedad. Sueños sugerentes. Visión útopica del futuro. Los enamorados se juntan, buscan apoyo. Encuentran a alguien que funcione de placebo, que mitigue los dolores. Grandes campañas disfrazan el problema del amor, lo presentan como algo positivo. Necesario. Instigan. Apuran lo inevitable.
El ser humano nace libre y muere libre, por mas que su cuerpo se halle atado, encadenado por imaginarias o tangibles cadenas, aún asi.La libertad no puede perderse, no puede ser robada, ni callada. Esta ahí y se sospecha que antes de saber que era se la denomino alma. El amor tambien esta ahí, desde el principio hasta el final, como la libertad.
Julia Nocte

Carta a una señorita en París. (Julio Cortazar)

Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar... Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos como un bando de gorriones.

Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.

Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.

Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.

Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro... entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina. Hubiera sido preferible matar en seguida al conejito y... Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos, ojos salvajes, diferencia absoluta Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable... Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno que uno mismo... y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta.

Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aunque yo... Tres o cuatro cucharadas de alcohol, luego el cuarto de baño o un piquete sumándose a los desechos.)

Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a entrar las valijas... ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un clic final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a lavanda, en el fondo de un pozo tibio.

Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión «por ejemplo». Apenas pude me encerré en el baño; matarlo ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para quitarles una última convulsión.

Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris.

Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad.

De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo, pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.)

Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza.

Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven, acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante nada tengo que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el anaquel más bajo-; y se comen el trébol.

Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo quería leer en la historia de López.

No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así.

Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día duermen ¡Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes y mimeógrafos! Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo, entre el primero y segundo piso me formulo noche a noche irremediablemente la vana esperanza de que no sea verdad.

Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante, quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas).

A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándome a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la alfombra y de nuevo el deseo de preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si... para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y entrevistas.

Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y entonces... Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso.

Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente, Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto, donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora. En el ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de los que me quedan.

Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo estante, alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los conejos.

He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo... En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece. Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.

domingo, 19 de julio de 2009

Imaginando Cumbres Borrascosas...




Pueden conseguirse muchisimas ediciones del libro de Emilie Bronte. El mio lo consegui en una librería de San Justo (Matanza, Buenos Aires) y me salió 15 pesos.
No pierdan la oportunidad de leerlo.

Libro online Cumbres Borrascosas

http://books.google.com.ar/books?id=o5ZXzA_HpSIC&dq=cumbres+borrascosas&printsec=frontcover&source=bn&hl=es&ei=PJZjSs_2OKCitgf1j-n7Dw&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=4

Cumbres borrascosas

Emily Brontë

Emily nació en Thornton, en Yorkshire, Inglaterra. Era la quinta de seis hermanos.En 1820 la familia se trasladó a Haworth, donde fue enviada al colegio Clergy Daughters, junto con sus tres hermanas, luego de la muerte de su madre en 1821. Allí debido a las pesimas condiciones del establecimiento, enferman de turbeculosis. De vuelta al hogar, las hermanas de Emily, María y Elizabeth mueren. Charlotte escribe mucho despues "Jane Eyre" inspirada en el tiempo que estuvo internada en aquel horrible lugar.
En 1846 Charlotte descubre el talento literario de su hermana y junto Ane, la menor de las tres, deciden escribir un libro de poesía juntas. Para eludir los prejuicios de la época se colocan pseudonimos masculinos: Currer Bell, Ellis Bell y Acton Bell.
Solo se vendieron dos ejemplares del libro.
Sin darse por vencidas, deciden escribir cada una una novela.
En 1847 se público Cumbres borrascosas sin lograr halagos, ni reconocimiento por parte de los criticos, quienes no comprendieron su estructura innovadora, mucho tiempo después fue considerada una de las mejores novelas escritas. Donde sus personajes siniestros y apasionados aparecen y desaparacen en aquellos escenarios desolados. Donde el amor trasciende el odio, la venganza y los celos, desfilando por una delgada linea que define los extremos.
Emily Bronte muere el 19 de diciembre de 1848, de tuberculosis a los 30 años de edad.

Argumento
La novela cuenta la historia de amor entre Catherine Earnshaw y su amigo Heathcliff. Un hombre llamado Lockwood llega a la finca Cumbres Borrascosas, donde conocerá al señor Heathcliff, a su nuera Catherine y al joven Hareton. Lockwood es cuidado por el ama de llaves, la señora Dean en la Granja de los Tordos, y le cuenta la historia de las dos familias. Heathcliff es un niño abandonado que recoge el señor Earnshaw y lo lleva a su casa (Cumbres Borrascosas). Heathcliff le cae bien a Catherine y mal a Hindley, hermano mayor de Catherine.

Tras el paso del tiempo, los padres de Catherine y Hindley mueren. Hindley se casa con una mujer llamada Frances, la cual le prohibe a Heathcliff el contacto con Catherine, aunque siguen manteniendo una amistad que con el paso del tiempo se convertira en amor. Un día deciden ir a espiar a los vecinos (los Linton) de la Granja de los Tordos. Los Linton les ven , y al huir Catherine es mordida por un perro, y los Linton la cogen a Catherine, quien pasa con ellos una temporada, y a su vuelta ha cambiado de ser una niña salvaje de las Cumbres Borrascosas, a ser una señorita.Catherine se casa con Edgar Linton, aunque como Catherine le confiesa al ama de llaves Nelly Dean, en realidad está enamorada de Heathcliff, quien desaparece, y volverá a aparecer al cabo del tiempo, que para enfadar a Edgar y poner celosa a Catherine, intenta cortejar a Isabella, (hermana menor de Edgar Linton), y acaba yéndose con ella.

Catherine enferma por los encontronazos de su marido y Heathcliff, ella acaba muriendo la noche en que da a luz a la hija que tiene con Edgar Linton, su marido, bautizada por el mismo con el nombre de su esposa, aunque llamada Cathy. Hindley muere y Heathcliff toma a su hijo Hareton y se queda con todas sus tierras (Hindley había vendido sus tierras a Heathcliff para pagar su afición al juego). Isabella huye de Cumbres Borrascosas y solamente se dedice al cuidado de su hijo Linton. Después de dieciséis años, Cathy Linton no sabe nada de las Cumbres durante esos dieciseis años que pasan. Tras visitar a su primo Linton (quien había sido traído de vuelta a las Cumbres cuando murió su madre, Isabella) se casan, aunque muere poco después, y deja todo su patrimonio a su padre(Heathcliff), dueño de la herencia de los dos mayores enemigos. El señor Lockwood vuelve y descubre que Heathcliff ha muerto (supuestamente por haber sido llevado por el fantasma de su amada Catherine) y Hareton y Cathy planean casarse

El libro del mes

Hace bastante tiempo, leí un buen libro. No siempre leo buenos libros, para ser sincera. ¿Quien decide cuando es un buen libro y cuando no? Eso queda al criterio del lector. Ciertamente si el libro llego a ser publicado, para alguien fue bueno. Bien, continuo. Leí, a mi parecer, un muy buen libro. Una novela titulada, "Cumbres borrascosas" y quede pasmada. Era lo que necesitaba para reactivarme, buscaba pasión y la encontre.
Entro en ese momento, desde el primer capítulo hasta el último en mi breve lista de favoritos y ahí se quedo y quedara para siempre.
A continuación, para este blog redacte un artículo sobre la novela y su escritora. Espero sea del agrado de quien llegue a leerlo, aunque fuera por accidente o voluntariamente.